El globo comienza a descender cuando se halla encima de la estación de Lieusaint, y tenemos que arrojar lastre para mantener el equilibrio; pero repentinamente sentimos la arena, que nos cae sobre la cabeza y nos envuelve en una ligera nube: ¡era nuestro lastre, que descendía más lentamente que nosotros! Creemos distinguir una tempestad muy extensa en lontananza, en el horizonte del Sudeste. Las hermosas colinas de Villeneuve-Saint-Georges, las laderas de Montgeron y el valle de Yeres, pasan sin que podamos notar el más ligero relieve de la inmensa llanura.
Los truenos se oyen a lo lejos, y los relámpagos surcan en zig-zags aquella parte del cielo.
La atmósfera continúa serena y pura alrededor de nosotros. El aire fresco abre nuestro apetito, y nos proporcionamos el raro placer de una pequeña merienda, regada con el generoso vino de Hungría; el comedor es más espacioso que el de Sócrates, el aire circula libremente y el techo es inaccesible: pero, en cambio, los convidados serán siempre más escasos que en la casa del filósofo ateniense. Del seno de aquellas campiñas se elevan hasta nosotros embalsamadas brisas, el sol nos dora con sus rayos, y nuestro aéreo esquife sigue su marcha silenciosa.
Al más puro estilo Julio Verne, y contados de una manera amena, gráfica y magistral, estos relatos de "aeronautas" (viajes en globo) harán las delicias del lector más intrépido y aventurero. Su título "Viajes aéreos", nos aclara mucho de lo que contiene, e incitándonos más a la lectura con su añadido de "Diario de a bordo". Sin embargo, todo lo que nos parece clarificador pasa a ser oculto cuando vemos su autor: Camilo Flammarion. ¿Quién era este señor?
Nicolas Camille Flammarion fue un astrónomo francés (Montigny-le-Roi, 26 de febrero de 1842, Juvisy-sur-Orge, 3 de junio de 1925), miembro del Observatorio de París, y fundador de la Sociedad Astronómica Francesa. A él se le deben los nombres de Tritón, satélite de Neptuno y de Amaltea (una luna de Júpiter). Tiene una larga lista de títulos publicados, además de este "Viajes aéreos" encontramos interesantes relatos en "El fin del mundo" (obra que data de 1894, que fue llevada también al cine) o el libro más de corte científico, "Las tierras del cielo" (1877).
La traducción española de sus "Viajes aéreos", dentro de la colección "El libro de oro", se debe a Don Eduardo March, y ya en las primeras páginas el autor nos deja clara su intención:
Las descripciones que siguen son sencillas impresiones de viajes en globo. No han sido redactadas para constituir una obra, sino experimentadas por mí, y trasladadas al papel después de cada una de mis travesías aéreas.
En la edición española se añaden algunos grabados someros sobre los viajes, pero importantes tratándose de las limitadas técnicas de impresión de la época. Y es precisamente ahí donde encontramos el gran valor de esta obra: sin Internet, ni la capacidad ni posibilidad de hacer vídeos ni grabar imágenes (ni tan siquiera hacer fotografías de calidad), al protagonista de estas aventuras solo le quedaba una posibilidad: intentar plasmar con palabras toda la belleza que sus ojos, expectantes y admirados desde lo alto del cielo, veían a sus pies. Es por eso que encontramos descripciones muy trabajadas, con el pulso y la sorpresa de la inmediatez, es cierto, pero con un enorme contenido emotivo y "sensorial".
Los estanques, rodeados de sus cuadros de verdor, reflejan el puro azul del cielo, y algunas blancas velas flotan en su superficie como otros tantos cisnes; estreclios senderos, que parecen de oro, surcan el gran parque, describiendo armoniosas curvas. Dividido por matices y por grupos de plantaciones distintas, nos presenta el bosque el color de la esmeralda, cambiando según las facetas y las diferentes transparencias; aquella hermosa sábana de verdor no es un "plato de espinacas", como los cuadros de X e I. Se ve que no ha sido solamente la mano del hombre la que ha trabajado allí, sino que la naturaleza ha suministrado a la obra del arte la vida verdadera.
Dos golondrinas, que llegan de lejos hasta nosotros, se vuelven asustadas.
Han pasado las verdes avenidas, y ante nuestros ojos aparece el parque del memorable castillo de la Muette. Allí se efectuó, el 21 de Octubre de 1783, a la una de la tarde, el primer viaje aéreo, en aquel punto osaron los hombres lanzarse por primera vez a lo desconocido del espacio atmosférico.
Recordaréis, queridos lectores, que el rey Luis XVI concedió de muy mala gana el permiso de elevarse hacia un mundo completamente nuevo. Temía que los viajeros no fueran engañados por la pérfida región de los meteoros, que no perecieran extraviados en el misterio, y que el fuego de la montgolfière no pusiera su vida en peligro, sembrando el incendio a su paso.
Solamente permitió el rey que se ensayara el experimento con dos condenados a muerte, a los cuales se embarcaría en la barquilla, pero des Boziers, el primer aeronáuta, se indignó a la sola idea de que "unos viles criminales sean los primeros que tengan la gloria de elevarse en los aires", y después de muchas súplicas consigue hacer, en compañía de su amigo el marqués d'Arlandes, la primera ascensión en globo.
Mágica aventura con una extensión que nos hará disfrutar (429 páginas en su formato electrónico), y que gracias a la Biblioteca Digital de la Junta de Castilla y León puedes descargarte gratuitamente (en formato pdf, 31,8 MB) a través de éste link.
Que ganas de leerlo!
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